MANUEL RIVA
LA GACETA

Nadie o casi nadie ignora en Tucumán la significación que tiene para la vida industrial y progresista de la provincia el nombre del siempre recordado don Manuel García Fernández, que en vida consagró todos sus esfuerzos y energía al desarrollo máximo de la industria madre. Así se rememoraba la personalidad del famoso empresario azucarero asturiano, que fundó el ingenio Bella Vista allá por 1882. La crónica de nuestro diario en abril de 1925 cuando la localidad que entonces se llamaba “Río Lules” pasó a llamarse “Manuel García Fernández”. También se recordaba su gran accionar filantrópico al donar un millón de pesos para la construcción de un colegio a cargo de los salesianos que lleva al nombre de su hijo Tulio, que falleció poco tiempo antes y que se inaugurara ese mismo año.

La noticia indicaba que propiciando el cambio del nombre de “Río Lules” se formó una comisión presidida por el Sr. Carlos María Padilla; los trabajos se realizaron con suerte hasta obtener del Ministerio la autorización para el cambio de nombre, y, en fecha 24 de diciembre del año pasado, en la estación del ferrocarril los antiguos letreros fueron cambiados con el nuevo nombre de la población que ahora se llama “Manuel García Fernández.

El cronista esperaba que el cambio de nombre reditúe en beneficio de la población que otrora lugar tan fértil y pródigo, no podrá menos que lamentar el estado de abandono y silencio que siguió a la inauguración del ferrocarril para agregar que pasó el tiempo, la locomotora atraviesa diariamente la zona, pero la vida no ha cambiado en nada, o más bien, ha cambiado, pero no en sentido de mejoramiento sino de retroceso. El relato recordaba que la vía férrea divide las propiedades, yendo desde Tucumán hacia el sur, al lado derecho quedan las pertenencias de Guillermo Griet y a la izquierda las de Manuel García Fernández.
 
Los pocos edificios de servicios públicos, como la estación de trenes o la escuela están del lado Griet mientras que el resto de las viviendas de la colonia cañera, administrada por Carlos María Padilla está del otro lado de las vías con hermosos jardines y reparticiones amables que brindan reposo y horas propicias a la vida apacible del campo.

La noticia presentaba una serie de ideas y proyectos entre los que se consideraba fundamental construir un nuevo edificio para la escuela que se encontraba en mal estado o la provisión de agua corriente.

Para considerar las promesas realizadas por los hijos del prestigioso industrial de gran valor como forma de rendir culto a la memoria de su padre como un noble sentimiento de amor propio, al saber que esa población enfermiza, casi abandonada y somnolienta, lleva el nombre de su progenitor, harán que los capitales extraidos de sus surcos operen el milagro de rehacer el pueblo, de inyectar nueva corriente de vida y hacer que el pueblo vuelva a adquirir su importancia de antaño y se convierta en realidad halagadora”.

La recorrida realizada por el periodista mostraba ya algunos beneficios como una mayor superficie cultivada con caña y una mayor producción. Además de otros cultivos alternativos y la incorporación de algún tipo de producción ganadera.

El recuerdo de García Fernández se mantiene en nuestra provincia, fuera de la ciudad que lleva su nombre, en base al reconocido colegio salesino Tulio García Fernández para el que donó un millón de pesos para ser contruido sobre los terrenos donados por Serafina Romero de Nougués y que fuera inaugurado en 1925. Pero su filantropía no se agotaba allí, manifestaba un profundo sentido social respecto a sus trabajadores, a quienes favorecía con vivienda y un sistema de jubilación. Donó 100,000 pesos para el hospital Español de Buenos Aires y figura entre los mayores aportantes para el Monumento a los Españoles, ubicado en Palermo y homenaje a la colectividad ibérica al Centenario de Mayo.

Pero sus miras no se agotaron en el país que lo acogió y los vio crecer como empresario. Su pueblo natal, Luarca en el Principado de Asturias también fue receptor de sus beneficios. Allí construyó un gran edificio para asilo de ancianos, enviaba fondos para el Ayuntamiento, Juzgados y telégrafo. Pero además construyó una gran villa en 1899, a la que llamó “La Argentina” en el barrio de Villar. La obra del arquitecto Juan Miguel de la Guardia se ubica en la zona donde otros “indianos” (como le decían a los emigrados a América) prominentes construyeron sus casas. Esa villa en la actualidad es un reconocido hotel de la ciudad donde provienen sus ancestros.